martes, 5 de septiembre de 2017

Vida con estrella


Cosida en la chaqueta, justo sobre el corazón, tal y como dictan las normas en una Praga ocupada por los nazis, una estrella convierte a Josef Roubíček en un forastero en su propia ciudad. Él, que era un tipo tan normal e inofensivo que resultaba casi anodino, se ve obligado ahora a esconderse en una buhardilla de las afueras con la única compañía de un gato, a trabajar como sepulturero en el cementerio y a mantenerse alejado de ciertas calles. Aparentemente destinado al transporte a los campos de exterminio, su vida se centrará a partir de entonces en la supervivencia y en las cosas sorprendentemente pequeñas —una cebolla, un libro, un amor perdido— a las que se aferra para perseverar. Vida con estrella es, ante todo, una fábula conmovedora e inquietante sobre la dignidad que nos demuestra que sobrevivir contra toda probabilidad es el mayor acto de resistencia que se puede concebir.

Hay algo peor que el horror y no es otra cosa que la amenaza del horror. Hay algo más grande que el dolor, que el sufrimiento o que la humillación y es imaginarse esos dolores, esos sufrimientos y esas humillaciones, esperarlos con el alma agarrotada, no saber en qué día, en qué hora, en qué momento llegarán. Pero tener la certeza de que llegarán. No hay marcha atrás: la vida ha empezado a cambiar hacia algo infinitamente peor. Así, en este sórdido escenario, (sobre)vive el protagonista de la novela que reseñamos hoy, Vida con estrella, del autor judío Jiri Weil y publicada por la valiente editorial Impedimenta y en la que volvemos a Praga de los años de la ocupación nazi para mostrarnos una perspectiva diferente, quizás olvidada, la de los judíos que se quedaron en las ciudades, cada vez más oprimidos, más empobrecidos, esperando el destino. Su destino. Una novela de una sensibilidad extraordinaria sobre la soledad y los muchos miedos, sobre bajar la cabeza y arrastrar los pies, sobre el desgaste emocional de un hombre sin esperanza y sin futuro, sobre eso tan terrible de esperar lo peor.
            El optimismo del título es sólo un espejismo. La única estrella que tienen las vidas de los protagonistas es la que llevan cosida al pecho, una bien grande, amarilla y en la que se puede leer ‘Jude’, que los marca como parias y que hacen que los señalen con el dedo, que no puedan caminar por algunas calles y avenidas, que deban subirse en el último vagón del tranvía o que tengan toques de queda. Ellos, los judíos, se han quedado desposeídos de sus derechos como ciudadanos y de todas sus propiedades; de hecho, Josef Roubicek, el personaje principal, se dedica a quemar o a romper sus pertenencias para que no se las quede el gobierno nazi. Eso le reconforta más que entregarlas, son sus pequeñas muestras de rebeldía. Y así sobrevive este hombre, empobrecido, casi sin comer, obligado a trabajar en un cementerio y agobiado por los recuerdos de su amada, que intentó convencerlo para huir. Lo único que lo salvan son los pequeños placeres cotidianos –un café, un rayo de sol, una palabra-, las atenciones de un gato callejero, las conversaciones imaginarias, la victoria de un día más vivo. Y así es su rutina, cada vez más estrecha, más oscura; y él descubre que es un ser miedoso: “por miedo los hombres son capaces de hacer cualquier cosa que se les ordene, hasta conducir a sus hermanos a la muerte”.
            Jiri Weil prescinde de los horrores, de la sangre o de las brutalidades explícitas. Aquí no tenemos campos de concentración ni torturas, ni tampoco ejecuciones. Es todo mucho más sutil e igual de terrible: un mosaico de la vida cotidiana de quienes saben qué esperar, de los que no saben si merece la pena luchar. No hay escapatoria, no hay esperanza. Y para contarnos esta historia de desconsuelo, de abnegación utiliza un estilo dulce y preciosista, de una prosa impecable –qué bien trabajo también el de la traductora, Patricia Gonzalo de Jesús- y de un gusto exquisito por los detalles, por mostrarnos esos pequeños gestos, esas derrotas invisibles. Fíjense, que tras su publicación, en 1949, esta novela no gustó porque la consideraban derrotista.
            Vida con estrella se levanta sobre la amenaza del terror, sobre esa angustiosa espera del sufrimiento, del dolor de los que viven bajo la opresión nazi. ¿Cuándo vendrán? ¿Me matarán? ¿Adónde me llevarán, a uno de esos barcos que llevan a alta mar y los dejan que se hundan? Y mientras tanto, la vida se desmorona, el pasado se desmorona y hasta la propia rebeldía se desmorona. Es un personaje que se va debilitando, que va perdiendo su esencia: él convertido en un extraño en su propia ciudad. Y es un magnífico retrato de ese espanto nazi, pero desde un punto de vista menos llamativo quizás, pero igual de conmovedor. Autores de primera línea, como los Philip Roth o Arthur Miller, se muestran apasionados con esta novela. Y ahora que lo pienso, quizás el optimismo del título no sea sólo un espejismo sino una victoria. ¿Qué mayor acto de rebeldía puede haber para estos judíos que seguir vivos, que sobrevivir? Ninguno. 

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