lunes, 28 de agosto de 2017

Canción dulce


Myriam, madre de dos niños, decide reemprender su actividad laboral en un bufete de abogados a pesar de las reticencias de su marido. Tras un minucioso proceso de selección para encontrar una niñera, se deciden por Louise, que rápidamente conquista el corazón de los niños y se convierte en una figura imprescindible en el hogar. Pero poco a poco la trampa de la interdependencia va a convertirse en un drama. Con un estilo directo, incisivo y tenebroso en ocasiones, Leila Slimani despliega un inquietante thriller donde, a través de los personajes, se nos revelan los problemas de la sociedad actual, con su concepción del amor y de la educación, del sometimiento y del dinero, de los prejuicios de clase y culturales.

Hay un terror evidente: el de los monstruos, el de los sustos y la sangre, el del asesino detrás de una puerta blandiendo un cuchillo. Pero hay otros terrores más sutiles y mucho más terribles, sí, los que se esconden en la ternura o en la belleza, los que surgen de lo inesperado, los que se vinculan a la infancia. Hay un terror infinito que brota de lo que aparentemente es bondad. De algo así vamos a hablar hoy: una historia para contener la respiración, para tener la sospecha a cuestas. Reseñamos Canción dulce, una de las últimas apuestas de la interesantísima editorial Cabaret Voltaire, escrita por Leila Slimani y premiada con el prestigioso premio Goncourt 2016, que narra la historia de una niñera, la niñera perfecta, que mata a los dos niños que cuida. Lo sabemos desde el primer párrafo, no estoy destripando nada. Es una novela sobre la maldad y el odio, sobre la necesidad de hacer daño, sobre la violencia y la infancia, sobre esa gente que, de forma silenciosa, quiere vengarse del mundo en el que les ha tocado vivir porque son incapaces de sentirse amados o simplemente felices.
            No voy a esperar hasta el final para deciros que es uno de los mejores libros que he leído últimamente. Conmovedor. Brutal. Hipnótico. Sí, uno de esos que dejaré a mano para releer. El retrato de Louise, la apocada niñera que entra en la vida de Myriam y Paul para hacerse cargo de los dos niños, es excepcional: dulce e inquietante. Ella, que consigue hacerse con el puesto gracias a su aspecto juvenil, gracias a su piel blanca –los padres no quieren una africana o una marroquí porque creen que sólo están interesadas en el dinero-, consigue ganarse no sólo a los padres sino también a los niños. Ellos la adoran, la persiguen, se lanzan a sus brazos en cuanto la ven. La autora tiene la virtud de describirla a través de los pequeños gestos, de reacciones espontáneas, de escenas aparentemente inocuas. Y ahí, bajo esa fragilidad late la asesina con cara de ángel. Hay escenas maravillosas, de un simbolismo indiscutible: como la del mar, la de la carcasa de un pollo o una relacionada con el maquillaje de la pequeña Mila. No voy a dar más pistas, pero la evolución es lenta y constante, con el ritmo justo para sembrar el desconcierto, la sospecha. Y no se crean que es un thriller o una historia que se enmarca en la novela negra, es algo más porque sirve para radiografiar la sociedad actual, ésa en la que estamos todos inmersos. Y aparecen los nuevos patrones de la educación, el movedizo papel de los padres modernos, el racismo socialmente aceptado, la lucha de clases y esa conciliación, a veces imposible, entre trabajo y familia.
            Leila Slimani ha encontrado una voz –potente, dura, musical- para contar esta historia desconcertante. Sus frases, cortas, directas, le dan a los hechos un barniz poético, algo parecido a un brillo que, a veces, deslumbra, electriza. Cuánta elegancia escribiendo. Hay logros incontestables en esta narración: uno es, por supuesto, la decisión de prescindir de todo morbo. El asesinato se produce fuera de las páginas de este libro porque no es necesario saber los detalles. Lo terrible es mucho peor si se imagina. Lo importante es qué lleva a eso, cómo se produce ese descenso a los infiernos de la niñera. El segundo gran acierto lo encontramos en el punto de vista de la narradora, a una distancia prudencial de los hechos para ser aséptica, para que sus palabras caigan, frías, sobre el oído del lector. Y se me erizan los vellos.
            Canción dulce habla de un doble asesinato, pero es algo mucho más grande, mucho más fascinante: habla de la condición humana, de los daños colaterales de la soledad, del veneno que esta sociedad inocula a sus habitantes. Louise, la verdadera protagonista de la historia, es un personaje con tanto carisma que desarma al lector, que le hace dudar de que realmente sea ella la autora de los crímenes. Y al final uno cierra el libro con el pecho lleno de pena, de lástima, como si nos hubieran puesto un ladrillo encima, porque ¿quién puede seguir viviendo cuando ha conocido la alegría, la luz, las caricias y, de repente, se imagina al margen de estos placeres? ¿Quién? Cuánto peligro hay en el desamor. Y sí, la vida a veces es así. Canción dulce es un grito desgarrado, tiene alma de tragedia 

2 comentarios:

  1. Este libro no es para mi, lo dejo pasar.

    Saludos

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  2. Coincidimos en impresiones. Una de mis mejores lecturas del año. Tremendo.
    Besos

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