martes, 2 de mayo de 2017

Un padre extranjero


Un escritor que descubre a su padre esbozando su novela en el mismo café en el que él se refugia para crear su propia obra. Un marinero que planea asesinar al que será uno de los grandes nombres de la literatura de todos los tiempos porque lo ha utilizado como personaje de uno de sus cuentos sin su permiso. Un polaco con diez hijos a los que ha bautizado con los nombres de diez reyes de Inglaterra. Personajes dispares con una nota común: todos esconden oscuros secretos que se han esforzado en mantener ocultos, pero que, como ocurre con los grandes misterios, saldrán a la luz gracias a pequeñas coincidencias, cambiando tanto el futuro como el pasado de sus protagonistas. Berti, uno de los más brillantes escritores actuales, teje una fina trama en la que ficción y realidad se entrelazan de forma indisoluble para dar lugar a un libro único. Una historia que se bifurca y se reinventa para atraparnos en uno de los relatos más hermosos sobre la figura del padre que se han escrito jamás.

Imagínense a un ilusionista que, delante de sus narices, les pregunta: “¿Qué ven?” Ustedes contestan a coro: “Una novela”. Efectivamente, hay una novela. Él, con sus manos ágiles, la cubre con un trapo negro y, después del mítico tachán, salen dos, salen tres, salen cuatro novelas, como por arte de magia. El público aplaude y dicen: “Oh”. Algo así es lo que hace Eduardo Berti con Un padre extranjero, publicada aquí en España por la exquisita editorial Impedimenta: una novela sobre un hijo y un padre, sobre escribir una novela, sobre un padre que escribe una novela, sobre todo esto a la vez. Sí, dicho así parece un simple trabalenguas, un trampantojo literario, pero no: el autor consigue, en un juego propio de las matrioshkas rusas, armar una historia que se va bifurcando, de la que van germinando otras historias y otras vidas, construir un relato complejo y palpitante –como la vida misma– sobre las relaciones familiares, sobre la literatura y sobre los secretos, sobre la memoria y la palabra, sobre lo que somos o, mejor, sobre lo que creemos ser. 
            Sólo hace falta pararse en el título, Un padre extranjero, para adivinar por dónde van a ir –a grandes rasgos- los tiros, y no, no se equivocan: padres e hijos con una relación llena de silencios, con una comunicación torpe y forzada, lastrada por los secretos: sí, unos padres y unos hijos que son extranjeros para el otro, casi rivales, pero en esta novela también está el universo (literal) de los inmigrantes que deben camuflarse –a veces, cambiando de apellido-, que deben adaptarse al medio para sobrevivir, para ser aceptados, esa lucha diaria por olvidar lo que eres para disfrazarte de lo que debes ser. Además, es una novela sobre el proceso de escritura de una novela. Y al final todas estas historias que confluyen dentro de la historia principal viene a hablarnos de lo mismo: del sentimiento de pertenencia, de la identidad y de lo que nos creemos que somos, del arraigo y el desapego, de la necesidad (desesperada) de sentirnos parte de algo, de una comunidad que nos acepte y que nos tenga en cuenta, de lo que sabemos de nosotros mismos o lo que nos cuentan. Un padre extranjero es, a veces, dura y desgarradora; otras, tierna y suave. Es capaz de despertarnos la sorpresa o la compasión, la empatía siempre.
            La prosa de Eduardo Berti es como estar amasando pan: se siente entre los dedos, toma la forma que el autor-panadero quiere, se adapta a las manos y al oído, es consistente y blanda a la vez, con los ingredientes justos, con la textura perfecta. Y es éste quizá uno de los grandes logros de Un padre extranjero: el estilo, la habilidad para contarlo de la única forma en la que una historia puede convertirse en una gran historia. Hace, además, un uso muy inteligente de los detalles y del humor, como esos chistes espontáneos que palpitan en las situaciones más terribles o en las más comprometidas. En este caso, la forma es tan importante como el fondo, el envoltorio como el contenido porque los dos, juntos, hacen el resultado más imponente. Y es así, de esta forma, como la palabra también forma parte de lo que somos, de cómo nos relacionamos con el mundo –ya lo decía Nietszche, que el lenguaje es un grupo de personas que se pone de acuerdo para nombrar de determinada forma algo- y cómo nos ayuda a configurar nuestra memoria.
Un padre extranjero es un homenaje a la literatura y al padre, los dos imprescindibles, porque ayudan a conformar el mundo, a entender lo que nos rodea; es un canto a la memoria y a la familia, y a lo que significa ser foráneo, ajeno o diferente. ¿A qué? A lo que nos rodea, a lo que creemos que somos. Esta novela es un juego en que se van hilando la ficción y la vida para crear una potente reflexión sobre el hombre desarraigado, sobre la pérdida y el dolor, sobre el derrumbe (o el derumbe, con una sola r, como el título de la novela que está escribiendo uno de los personajes). Y tiene un estilo denso y contundente porque ya lo decía al principio, Eduardo Berti es un mago que hace que las posibilidades literarias de la historia se vayan multiplicando a medida que avanza la lectura.
            Y pregúntense si alguna vez han sido extranjeros en su propia casa.

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