sábado, 30 de julio de 2016

La viuda


Si él hubiera hecho algo horrible, ella lo sabría. ¿O no? Todos sabemos quién es él: el hombre que vimos en la portada de todos los periódicos acusado de un crimen terrible. Pero, ¿qué sabemos realmente de ella, de quien le sujeta el brazo en la escalera del juzgado, de la esposa que está a su lado?El marido de Jean Taylor fue acusado y absuelto de un crimen terrible hace años. Cuando él fallece de forma repentina, Jean, la esposa perfecta que siempre le ha apoyado y creído en su inocencia, se convierte en la única persona que conoce la verdad. Pero ¿qué implicaciones tendría aceptar esa verdad? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar para que su vida siga teniendo sentido? Ahora que Jean puede ser ella misma, hay una decisión que tomar: ¿callar, mentir o actuar?


Aunque viene precedida del mega-éxito editorial del año pasado –que todavía hoy colea y que no es otro que La chica del tren–, La viuda, la fortísima apuesta de Planeta para esta temporada, no necesita referentes ni madrinas, ni tampoco aprovecharse de triunfos ajenos, porque tiene méritos propios para convertirse en el boom de este 2016. Sí, así de claro lo tengo. Fiona Barton, la autora, ha dado en el clavo con esta desconcertante historia sobre la confianza que depositamos en los demás, sobre la fe que tenemos en las personas que amamos, algo que podría resumirse en "No hay más ciego que el que no quiere ver". Las similitudes con La chica del tren –y será la última vez que la nombre en esta reseña- son varias, pero sobre todo comparten el perfil de sus protagonistas, dos mujeres a medio camino entre la tristeza y la locura, frágiles e impulsivas, con más sombras que luces y en medio de unas circunstancias adversas y/o rocambolescas. Si en el siglo de Oro se popularizó eso de la "literatura del loco", con un ejemplo incontestable como El Quijote, ahora le ha llegado la hora a la literatura de las paranoicas, sí, porque las dos se han creado un mundo propio, tan extraño, pero tan contundente, que confunden al lector. Su turbación es tal –vamos, que están como una cabra- que el lector va leyendo con pies de plomo, intentando no creerse nada, no empatizar, no fiarse de nada ni de nadie, intentando, al fin y al cabo, sospechar de todo.
            La viuda, como habéis leído en la sinopsis, arranca con una muerte, la del marido de la protagonista –de ahí el título–, y esto sirve de excusa para conocer un hecho aún peor: la grave acusación que pesaba sobre él. La novela trabaja, por lo tanto, en dos escenarios temporales: por un lado, en el presente, donde la viuda se enfrenta a la soledad, a la presión mediática, al rechazo popular y quizás al alivio, y también en el pasado, cuando desaparece una niña de dos años en el vecindario y todos los dedos señalan al marido y, de paso a ella. El matrimonio se convierte en la pareja más odiada del país. Ella decide apoyarlo, porque son un equipo, porque su marido no puede ser un monstruo. Es una historia desconcertante porque la situación parece tan rocambolesca que da miedo. Fiona Barton ha conseguido combinar de forma magistral unos ingredientes: el misterio, la ambientación, los personajes y, por supuesto, la paranoia. ¿Y cuál es el resultado? Que el lector se espera cualquiera cosa. Y teme incluso perder un poco la cabeza.
            Ya me habréis leído hablar en otras reseñas de la moda del domestic noir, esos thrillers que se desarrollan en el ámbito cercano y familiar, donde cualquiera puede ser el culpable. La viuda se enclava en este nuevo género que tantas alegrías le está dando al mercado editorial. La prosa es correcta y pulcra –se nota que está escrita por una periodista- y el lector va componiendo el puzle gracias a las declaraciones de la viuda paranoica y misteriosa, de una periodista que sólo quiere tener una exclusiva y de un inspector de policía que parece abocado al fracaso. Y las cosas cuadran. ¿Y saben lo mejor? Que no se queda en una dosificación de la intriga vacía y banal sino que detrás de cada acto, sobre todo de la protagonista, hay una motivación, un razonamiento psicológico claro y creíble. Se habla de la maternidad, del fracaso, y también de la pedofilia. Se abordan los límites de internet, las nuevas vías del sexo y, sobre todo, plantea la pregunta de ¿Llegamos a conocer a la gente a la que tenemos alrededor? O, paraos un momento y decidme, ¿puede ser el amor tan fuerte que no deje ver nada más?
            La viuda nos mira a los ojos y nos obliga a posicionarnos: ¿qué harías si intuyeras que la persona que más amas ha hecho algo terrible? Sí, esa cara es la que se nos ha quedado a todos. Estoy convencido de que sumará lectores (y fanes) por miles porque la historia es adictiva y tremendamente estimulante, y  además, está tratada con mucho tino. Fiona Barton, la autora, ha sabido conectar con el público: sabía lo que estaba escribiendo. Los personajes tienen cuerpo, son creíbles,  y la sucesión de acciones nos va metiendo en ese ambiente opresor, nos deja sin aire. La viuda nos lleva hasta los laberintos emocionales más oscuros y nos deja ahí, perdidos. Para esto sirve la literatura, para hacernos las preguntas más difíciles, para hacernos temblar. Háganme caso, no pierdan de vista esta novela.

PS: Y además, la autora hace un retrato muy certero de cierto tipo de periodismo. 

jueves, 28 de julio de 2016

El tesoro de Herr Isakowitz


El divertido y tierno road trip familiar que Danny Wattin emprendió junto a su padre y su hijo de nueve años a través de Europa en busca de sus raíces. "Antes de que esta historia se pierda en descripciones demasiado detalladas, es preciso revelar lo que mi abuelo le contó a sus hijos: que su padre, Hermann Isakowitz, antes de desaparecer, enterró junto a un árbol de su patio lo mas valioso que poseía", dice el autor. En El tesoro de Herr Isakowitz Danny Wattin nos cuenta el viaje real que emprendio junto a su padre, un anciano gruñon, y su hijo de nueve años, Leo, en busca de un objeto misterioso. Los tres tuvieron que atravesar media Europa, desde Suecia hasta el pequeño pueblo polaco de Kwidzyn, con la esperanza de encontrar la caja que el abuelo del escritor habia enterrado justo antes de ser deportado y convertirse en una victima del Holocausto.Lo que empezo como una aventura cargada de humor en un coche destartalado, se convierte en una ocasion para el recuerdo: vuelven los fantasmas de la familia Isakowitz, que sobrevivio al horror de la Segunda Guerra Mundial, y lo hacen a traves de las divertidas y disparatadas conversaciones que mantienen los dos hombres y el niño, convertido en testigo inocente de los conflictos de los adultos.

Todos tenemos una historia personal, la de nuestras vivencias y nuestras circunstancias, y otra colectiva, la del pueblo al que pertenecemos. Es decir, somos lo que vivimos nosotros, pero también lo que vivieron nuestros antepasados. La Literatura se ha nutrido desde siempre de la búsqueda de identidad del ser humano, como si todos necesitáramos saber cuáles son nuestros orígenes, de dónde venimos o cuánto sufrieron las generaciones que nos precedieron. No quiero ponerme profundo ya en la sexta línea de esta reseña porque la novela de la que os hablo hoy, si bien es cierto que tiene un punto intenso, está contada desde la ternura, casi desde la infantilidad. El tesoro de Herr Isakowitz, uno de los lanzamientos de Lumen para este verano, nos narra el viaje en coche que emprenden tres generaciones –abuelo, padre y nieto- en busca de algo –un tesoro- que les haga entender a sus antepasados. La historia toma especial relevancia cuando sabemos que tiene tintes autobiográficos porque su autor, Danny Wattin, es uno de los protagonistas: pertenece a una familia judía que sufrió la persecución, la derrota y el exilio.
            La premisa, como decía antes, es un clásico de la literatura: el viaje físico que acaba convertido en un viaje vital, emocional y casi iniciático, es decir, en el que sus protagonistas aprenden a ver la vida de otra manera a raíz de ciertas enseñanzas. Ninguno termina siendo el mismo que empezó, porque esta experiencia los transforma, los hace mejores. Y si algo aprendemos nosotros tras leer este libro –de apenas 250 páginas- es que no podemos juzgar tan a la ligera las decisiones de los otros, no podemos condenar sus elecciones ni su forma de vivir. El autor, a medida que va componiendo su historia familiar, va rellenando el puzzle y va entendiendo las motivaciones de sus antepasados. Por ejemplo, en un pasaje de la novela él no entiende por qué tuvieron que cambiarse el apellido Isakowitz por el de Wattin y, ya de vuelta, comprende que lo hicieron por facilitarse la vida, por quitarse el estigma. Desde luego, y creo que nosotros no podemos imaginarlo a pesar de lo bien contado que está en este libro, es impresionante la sensación de desamparo y rechazo que sufrieron los judíos a mitad del siglo pasado con el Holocausto. Y eso deja poso en las generaciones siguientes, deja una sensación de no estar a la altura, de no ser merecedor de nada. Y es quizás éste uno de los principales logros de El tesoro de Herr Isakowitz.
            Decía al principio que, a pesar de la dureza de alguna de las historias, la novela está narrada desde un punto un poco naïf, como El niño del pijama de rayas o como la película La vida es bella. Todo parece tierno, con una inocencia pueril. El autor aprovecha el viaje para ir contándonos los episodios más difíciles de sus antepasados, y ellos son los verdaderos protagonistas de este libro. El estilo es sencillo, sin ningún alarde estilístico y con cierta tendencia a la ironía –a veces con más acierto que otras-. Y la relación del padre y el hijo, que ya queda claro desde el principio que se llevan regular, se hace a veces un poco pesada: “Quiero comer”. “¿Por qué quieres comer?” “Tengo hambre” “Siempre tienes hambre”. “¿Y qué?”. “Que siempre tienes hambre”… Todo demasiado tonto.
            El tesoro de Herr Isakowitz es una novela sobre la herencia genética, sobre la necesidad de poner en orden el pasado y saber de dónde venimos. ¿Sabes cuánto sufrieron tus antepasados? ¿Conoces sus sacrificios, sus renuncias o sus logros? Danny Wattin no se ha querido quedar con la duda y forma una historia autobiográfica de esa búsqueda, hace un ejercicio literario con una finalidad clara: saber quién es su familia. Y esta novela no puede entenderse sin el componente judío, es decir, sin el sentimiento de ese pueblo perseguido por los nazis. Sin el exilio. Sin la muerte. Sin el sufrimiento. El autor sabe abordar el tema con cierta gracia, con mucha ternura. Y a veces, créanme, lo que nos cuenta es tan brutal que uno sólo puede abrir la boca y seguir leyendo. Para esto sirve la literatura, para hacer alguna forma de justicia. 

sábado, 9 de julio de 2016

Las sombras de la memoria


Tras la muerte de su tía Lina, Maribel Ordóñez se siente más perdida que nunca. Hacía tiempo que esta joven cordobesa se sentía sola, desde que falleció su padre, a quien estaba muy unida. Al menos ha heredado la casa familiar, un lugar que la reconforta y donde habitan dulces recuerdos que la abrazan. Sus paredes parecen haber sido testigo de un centenar de vidas... Casas como estas suelen ocultar secretos del pasado. Curioseando en su nuevo hogar, Maribel encuentra varias obras de grandes artistas de la talla de Matisse o Picasso, así como cuadros que pintó su abuelo, Tomás Ordóñez, cuando vivía en París en los años cuarenta, que jamás hubiera imaginado que eran originales. Maribel acaba de abrir la caja de Pandora y los acontecimientos se precipitan. Cuando el experto al que acude es asesinado, ella se convierte en la principal sospechosa. Con la policía pisándole los talones, deberá descubrir la verdad acerca de las obras antes de que sea demasiado tarde.

La trampa de las primeras impresiones. Y lo peor es que siempre caigo. ¿Y cuál es? Pues que uno se hace una idea preconcebida y la asimila con tanta fuerza que, cuando se da cuenta de su error, tiene que hacer el terrible esfuerzo de quitársela y reemplazarla por la nueva. Algo así me ha pasado con esta novela, Las sombras de la memoria, a la que yo había metido dentro del grupo de las historias románticas y, cuál es mi sorpresa, que, cuando empiezo a leer, me doy cuenta de que es un thriller en toda regla. Uno de esos de acción, muertes, engaño y secretos antiguos. Sí, como los de Dan Brown, pero ambientado en Córdoba y escrito por una autora española, Mercedes Guerrero, que se revela como una gran conocedora del género y de los engranajes que se precisan. Las sombras de la memoria, publicada por DeBolsillo (Penguin Random House), parte de la siguiente premisa: joven hereda casa de su familia donde se esconden ciertos objetos que ayudarán a completar la historia de los antepasados y que, de paso, la pondrá en peligro y se saldará con una muerte (o con muchas).
            Sigo pensando en mi error. La catalogué como novela romántica, quizás por la portada (dulce e inofensiva) o por el título y, aunque tiene su poquito de amor, la maquinaria que la sustenta es el thriller puro y duro: asesinatos, robos, asaltos, traiciones y un catálogo de personajes lo suficientemente oscuros como para no fiarnos de ninguno de ellos, y cómo no, las tribulaciones de Maribel, la protagonista, que tiene una vida personal-emocional tirando a desastrosa. Las sombras de la memoria no aporta nada nuevo al género, pero, ojo, esto no es nada negativo: ¿Qué hay que aportar a un estilo que está consolidado y que ha demostrado con creces que funciona estupendamente y que tiene una legión de lectores fieles? Efectivamente: nada. Su ambientación en Córdoba es todo un acierto y da cierta cercanía, sobre todo a los lectores del Sur. En resumen, esta novela cuenta con tino la historia de un héroe por casualidad, de un personaje de a pie que, de buenas a primeras, debe sobrevivir a una organización sin escrúpulos, sin piedad y con unos intereses nada claros.
            Mercedes Guerrero, como decía antes, sabe cuál es la receta y la sigue a rajatabla, como una buena pastelera. La prosa, a pesar de cierta tendencia a lo poético o a lo barroco, es sencilla y asequible; la trama es una sucesión de giros más o menos inesperados, el misterio va deshaciéndose con una mesura calculadísima, y los personajes cumplen su cometido –el oscuro, el amigo, el protector, el incrédulo, el pesado-. Hay un par de escenas en las que dan ganas de zarandear a la protagonista porque no hace más que mentir a los que la protegen y ponerse más en peligro, actúa como una niña consentida. La historia, como decía, tiene también su toque romántico con esas frases de: “Quiero quedarme para siempre… Tengo que cuidar de ti", dice él. (pág. 304). Sí, necesito protección y compañía”, reconoce ella más tarde. (p. 312). Hay decisiones que he valorado muy positivamente porque le dan una dimensión diferente a la historia: se nota que la autora tiene un gran conocimiento del pasado cordobés y que ha elegido un asunto histórico que da mucho juego y que no es otro que el contrabando de obras de parte por parte de los nazis.
            Las sombras de la memoria es un thriller patrio, un ejercicio de entretenimiento cien por cien en los que se combinan los ingredientes imprescindibles del género: acción a raudales, misterio dosificado, giros de última hora y escenas de amor (del teatral, ése de las pelis románticas). Y encima, paseamos por Córdoba de la mano de una guía estupenda –la autora- y nos acercamos a un capítulo de la Historia interesantísimo con dos de mis asuntos favoritos: el arte y los nazis. La novela - funciona como un reloj y cumple, más que de sobra, su función de absorber al lector, que no puede levantar la cabeza de sus páginas. 

miércoles, 6 de julio de 2016

Arena roja


FAITH TIENE 12 AÑOS Y VIVE EN ASIA, EL PRIMER MUNDO.Su objetivo es averiguar por que su madre y las demás mujeres del vecindario se inquietan tanto cuando alguien las visita. FAITH TIENE 14 AÑOS Y MALVIVE EN EUROPA, EL TERCER MUNDO.Su objetivo es superar la academia de gladiadores a la que la han vendido por un crimen imperdonable. FAITH TIENE 16 AÑOS Y SOBREVIVE... DE MOMENTO.Ahora cuenta con un único objetivo: venganza.

Vuelven los gladiadores. Vuelve la esclavitud. Vuelven los combates a muerte. Sí, el universo futurista que imagina la jovencísima escritora Gema Bonnín y en el que ambienta su última novela, Arena roja (publicada por la editorial Nocturna), no se parece en nada al que conocemos. Salgamos, pues, de nuestra zona de confort y viajemos hasta finales del siglo XXII para encontrarnos con un orden político totalmente diferente: Asia es ahora la primera potencia mundial, y Europa, la vieja Europa, sobrevive como puede a la pobreza, a las mafias, al pillaje; se consiente además la compra-venta de personas y se hace cualquier cosa por el entretenimiento, incluso obligar a dos luchadores a enfrentarse hasta que sólo quede uno con vida. Otras cosas continúan igual: las grandes empresas y las farmacéuticas siguen controlando a la población, siguen decidiendo el destino de los pobres. Es en este desconcertante escenario donde conocemos a Faith, nuestra protagonista, una preadolescente que se cría en un barrio exclusivo pero que terminará, como dice la sinopsis –no estoy haciendo ningún spoiler-, vendida como esclava y convertida en una rabiosa gladiadora. Ya queda esbozado el argumento: una joven que sólo quiere sobrevivir para que otros paguen por lo que han hecho. La venganza. La sangre. Los tormentos.
            Arena roja entra dentro de eso tan de moda que llamamos distopía, un mundo torcido y corrupto en el que lo más difícil parece ser libre (o ser feliz). Una distopía muy bien hecha, arriesgada, valiente. ¿Por qué? Porque aborda temas actuales y desde una asombrosa madurez: se habla de la prostitución de jovencitas al servicio de grandes empresarios, de la trata de blancas, del poco valor de la vida, de la venta de la dignidad para salir de la miseria. Sí, vamos, lo que está ocurriendo ahora en países del tercer mundo, sólo que con una diferencia: en esta historia, las víctimas son los europeos. En esta novela hay violencia, hay sangre, hay crueldad –y todo en grandes cantidades- en un intento por mostrar un mundo grotesco, por zarandear nuestras conciencias mientras nos entretenemos. Y hablemos aquí de Gema Bonnín, de esa escritora que ya nos llamó la atención con La dama y el dragón y que a sus veintipoquísimos años nos regala una historia bien escrita, muy bien documentada y contada con pulso. Todos estos logros se valoran más cuando uno vuelve a comprobar la edad de la autora. Hay talentos que se manifiestan desde la primera juventud.
            Piensen, queridos lectores, en los ingredientes básicos de una novela juvenil. Sí, esos. Arena roja también los tiene. Encontramos acción, misterio, amistad… y bueno, algún que otro tonteo. No tiene prisas la autora por contar las cosas: el ritmo, a veces, se vuelve pausado para dar tiempo a asimilar toda la información nueva. La novela funciona; su estructura es consistente. Y la historia de Faith no se queda aquí porque este libro es la primera entrega de una bilogía en la que la protagonista deberá reconciliarse con su pasado. Y cómo no, encontramos referentes culturales de nuestra generación: la películas 300 o Moulin rouge, o un curioso recorrido por las obras de arte más famosas de Roma. No se pierdan tampoco los guiños al mundo romano, al feminismo (o al machismo) y a las tribulaciones de un adolescente. Se nota el enorme trabajo de documentación que cimenta esta novela.
            Arena roja es una distopía patria con mucha enjundia, con un poder de atracción innegable: el mundo futuro que ha creado Gema Bonnín. Aquí hay entretenimiento, pero también conciencia. Hay acción, pero también una invitación a reflexionar. Hay literatura, pero también una parte de la vida: lo más vergonzante de nuestra sociedad. Es una historia valiente y comprometida que se zafa de los prejuicios y les da a los jóvenes una razón para que abran los ojos: ¿Cómo se lucha contra las injusticias? ¿Hay un héroe en cada uno de nosotros? ¿Cuáles son las batallas que libramos para curar el mundo? Más allá de los logros de esta novela –que los tiene, como han podido leer en la reseña-, valoro el inmenso talento de Gema Bonnín. No me cabe duda de que seguiremos leyéndote. Felicidades a Nocturna Ediciones por la apuesta y, cómo no, por la portada.

PS: Los lectores más delicaditos tendrán que saltarse algunas escenas. 

martes, 5 de julio de 2016

Los internados del miedo


Una investigación aterradora que destapa unos hechos ocultos y silenciados durante décadas: los abusos sexuales, los maltratos físicos y psíquicos, la explotación laboral y las dudosas prácticas médicas que sufrieron miles de niños en los internados religiosos y del Estado durante el franquismo y ya, en plena democracia. Un ejercicio de periodismo de primer orden, que da voz a víctimas y testimonios, y denuncia con nombres y apellidos la supuesta superioridad moral al servicio de las más bajas pasiones.

Todos tenemos en la mente escenas que encajan perfectamente con la ficción literaria o cinematográfica. Por ejemplo, piensen en uno de esos internados para huérfanos donde sus responsables no tienen compasión y obligan a los niños, por decir algo, a salir descalzos al patio en invierno, a dormir las siestas a pleno sol en agosto, a pasearse con una sábana en la cabeza si se habían hecho pipí de noche, o a comerse su propio vómito ni la comida les sentaba mal. Si fuéramos más sádicos podríamos hablar también de maestros que le pasan ortigas a los pequeños por sus partes íntimas para que no se mearan en la cama, que los castigan sin ver a sus familiares durante meses o que los mandan a la enfermería para que experimenten con ellos. Y todo esto sin hablar de los abusos sexuales o las violaciones a menores. Y lo peor de todo –lo terrible, lo espeluznante- es cuando estas escenas no pertenecen al ámbito de la ficción sino al de la vida, porque todos estos ejemplos son reales. Sí, REALES. Hoy hablamos de Los internados del miedo, un exquisito y valiente trabajo de investigación realizado por Montse Armengou y Ricard Belis y publicado por Now Books, donde se recopilan los testimonios de esos niños –ya adultos, y algunos ancianos- que pasaron su infancia en muchos de estos centros de acogida. Les aviso desde ya: este libro nada tiene que envidiarle a las historias de terror.
            Creían las altas esferas durante el Franquismo –apoyados en las teorías de Vallejo-Nágera– que el comunismo era contagioso, que la ausencia de moralidad de los rojos era hereditaria; por eso, la Dictadura se preocupó de hacerse cargo de los niños que habían nacido en estos hogares para reeducarlos, para domesticarlos, para lavarles el cerebro. Con mano dura, sin piedad. En estos centros, regentados por monjas y curas, también tenían sitio los hijos de las madres solteras, de las prostitutas y de las familias desestructuradas o sin recursos. Y así, recordamos, en la propia voz de los protagonistas, las barbaridades que se cometían allí con total impunidad. Sigo enumerando: niños sordos de por vida a causa de las bofetadas que le daban los profesores, niños sin nombre a los que se le asignaba un número, niños falsamente diagnosticados con problemas mentales para encerrarlos en manicomios, niños obligados a trabajar gratis o vendidos al mejor postor para que les ayudaran. El relato es estremecedor, y la lista de atrocidades, innumerables. 
            Desde aquí, me quito el sombrero ante el trabajo de los autores: con qué respeto tratan a las víctimas de estos abusos, como si la literatura (o el periodismo) fuera la única forma de darles a esos niños un poco de cariño. Montse Armengou y Ricard Belis escriben con el pulso firme, valiéndose de una narración clara y fluida, sin excesivas florituras: el peso de este libro está en las historias, en las confesiones. Y nada debe enturbiarlas. Los autores nos colocan frente a la tragedia sin ningún tipo de protección, y nos dejan ahí: contagiándonos de su dolor. Hacía tiempo que no leía con esta congoja en el pecho, que no tenía que cerrar el libro, sobrepasado por tanto sufrimiento, por tanta maldad –como cuando en el cine uno se tapa los ojos con las manos-, que no se me ponían los vellos de punta. Ha sido una experiencia absolutamente devastadora. Insisto en mi admiración -sin fisuras- hacia estos periodistas y hacia su trabajo, por su pulcritud, por su coraje, porque sólo así se construye una sociedad mejor
            Los internados del miedo es un tributo a la memoria, un ejercicio de justicia. Es una obra necesaria. Y en cada una de las páginas palpita el compromiso y la valentía, no sólo de los autores sino también de las víctimas que han decidido compartir su humillación. El resultado resulta estremecedor, imprescindible, un documento periodístico y de investigación vivo, todavía sangrante. Aquí radica, fíjense, el poder de la palabra escrita: el de poner el orden el pasado, el de aliviar los dolores antiguos, el de hacernos temblar al imaginar las estancias de estos niños en las casas de acogida. En estos internados del miedo. Claro que sí, léanlo y asústense de lo que son capaces de hacer los adultos, y del sufrimiento que puede soportar un niño.  

            Mis felicitaciones a los autores, a la editorial Now Books, y a los valientes que aún hoy siguen buscando justicia. ¡Y larga vida al periodismo de investigación!