martes, 15 de septiembre de 2015

Nadando a casa


Nada más llegar con su familia a una casa en las colinas con vistas a Niza, Joe descubre el cuerpo de una chica en la piscina. Pero Kitty Finc está viva, sale del agua desnuda con las uñas pintadas de verde y se presenta como botánica... ¿Qué hace ahí? ¿Qué quiere de ellos? Y ¿por qué la esposa de Joe le permite quedarse? Nadando a casa es un libro subversivo y trepidante, una mirada implacable sobre el insidioso efecto de la depresión en personas aparentemente estables y distinguidas. Con una estructura muy ajustada, la historia se desarrolla en una casa de veraneo a lo largo de una semana en la que un grupo de atractivos e imperfectos turistas en la Riviera son llevados al límite. Con un humor mordaz, la novela capta la atención del lector de inmediato, sobrellevando su lado tenebroso con ligereza. «Una novela breve y fílmica, rebosante de secretos. La prosa es luminosa y, a pesar de tratar temas oscuros como la depresión y la pérdida, despliega una inmensa ternura». Daily Mail.
 A ver, ayudadme. Siempre tengo la misma duda: ¿Cuándo se debe leer un libro triste, cuando uno está alegre –y puede afrontar con energía la tragedia- o cuando uno ya está hecho polvo –y puede regodearse en lo terrible que es la vida-? Mientras sigo reflexionando sobre este asunto e intento encontrar una respuesta, os voy a hablar de Nadando a casa, de Deborah Levy y publicado por la editorial Siruela en la Colección Nuevos Tiempos, un libro nihilista poblado por personajes que han perdido el sentido de la vida, que siguen existiendo por inercia y que buscan desesperadamente razones para la alegría. El arranque de esta novela, finalista del prestigioso premio Man Booker Award en 2012, no puede ser más estimulante: una chica joven y desnuda aparece en la piscina de una casa en la que un grupo de amigos han ido a pasar las vacaciones. Una de ellas –una mujer casada y amargada- le dice que se quede, y esta visita ¿inesperada? trastocará la convivencia, hará evidente y palpable sus tristezas, y los enfrentará a todos a sus destinos.
            Llueve. Uno de los personajes dice que le encanta esa palabra. ¿Por qué?, le pregunta otro. «Porque siempre llueve cuando te sientes triste». Esta conversación podría resumir, de una forma más o menos poética, el ambiente que se transpira en toda la novela, porque Nadando a casa podría ser una historia lluviosa, otoñal –aunque se desarrolle en verano-, llena de nubarrones, de horizontes tapados por la niebla. No os voy a engañar: es un libro sobre el desgaste de la depresión, sobre el efecto que tiene la desesperación en las personas y, con un toque muy sutil, sobre las ganas de morir. Pero no os asustéis, que lo hace con una enorme sensibilidad, con la delicadeza de una buena narradora, que deja esbozados los conflictos para que sea el propio lector el que termine de construirlos. Kitty, la extraña protagonista de esta novela -¿realmente está loca? ¿Es tan libre que actúa como le da la gana?-, mantiene en vilo al lector porque es un personajes con tantas aristas, con tanto potencial, que uno no se atreve a pestañear en su presencia. Y encima ha escrito un poemario, tristísimo también, que se titula Nadando a casa.
            A pesar de sus 164 páginas no es una novela fácil. Y me explico: es una historia densa, llena de matices, en la que se mezclan el presente y el pasado, en la que aparentemente no pasa nada –porque lo importante ocurre bajo nuestros pies, en el entresuelo-. No esperéis una novela clásica con un conflicto narrativo claro: aquí está, pero diluido, hay que buscarlo en los pequeños detalles, en esas conversaciones en las que lo importante están en lo que decide callarse. Es potentísima, por ejemplo, esa imagen de una joven recogiendo piedras por si algún día quiere ahogarse. El estilo de Deborah Levy tiende al preciosismo, a acercarse (a veces sin necesidad) a la poesía, al gusto por la metáfora y la comparación. Uno tiene, además, la sensación de que, con la traducción, se está perdiendo algo esencial.
            Nadando a casa nos acerca a al universo turbio de la tristeza, aunque pueda parecer contradictorio en ese escenario veraniego y vacacional, y escenificada en unos turistas. Las vacaciones como tiempo para deprimirse, como momento en el que el sinsentido de la vida es insoportable. Deborah Levy arma una historia no demasiado concisa, pero igualmente estimulante. Deja flecos sueltos y da el mensaje de que la vida sigue. O debería seguir. Para todos.

12 comentarios:

  1. No lo conocía pero después de la reseña me lo anoto.
    Un beso

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  2. Lo tengo esperando en la estantería y la verdad es que me has dado muchísimas ganas de ir a por él. Gracias por la reseña, te ha quedado genial :D

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  3. Pedazo de reseña. Que me deja con muchas ganas de leer este libro, que no me sonaba de nada.
    Besotes!!!

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  4. No es un libro en el que me habría fijado, pero pinta bastante bien
    lo apunto
    un besito

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  5. Vaya reseña más genial. Me lo llevo. Un besazo!

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  6. Me ha gustado mucho la reflexión con la que has comenzado la reseña. No conocía el libro pero me lo apunto porque creo que es una historia que disfrutaré.

    Un besito.

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    Respuestas
    1. ¿Y tú qué piensas? ¿Cuándo hay que leer los libros tristes? Un beso.

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