martes, 26 de mayo de 2015

La fuente donde el agua llora


Año 1939. La guerra civil ha terminado, y España se divide ahora entre vencedores y vencidos: unos reconstruyen lo que pueden y, otros, como Antonio Moreno, tienen que huir para evitar la cárcel. Miembro del Partido Comunista, deja atrás a su familia, y llega a Francia, donde ya sobrevuela la amenaza de otra guerra aún mayor contra Alemania. Mientras, en Madrid, la retorcida Angustias trata de inventarse de cero a costa de lo que haga falta, y el coronel de las tropas nacionales Ramón Mairena, que arrastra una profundas heridas emocionales, está empeñado en educar a su hijo Fernando en el respeto, aunque la infancia del chico será muy distinta a la de su amigo Pablo, hijo de un republicano encarcelado. En una época tormentosa en toda Europa, estos protagonistas descubrirán que hay crueldad y odio más allá del campo de batalla, pero también grandes ideales y fortaleza incluso en la derrota. Y que la vida es capaz de jugar las cartas de forma extraña, uniendo los destinos de todos del modo más insospechado.
 Es ésta una novela castiza, de la tierra, más tradicional incluso que un potaje de garbanzos. Hay –y no sé por qué– ciertas reticencias a echar la vista atrás, a ahondar en esa gran travesía oscura que fue la Dictadura, y que aún flota sobre nuestro pasado más reciente como una nube tormentosa (y pestilente). Y lo cansino no debería ser leer sobre la posguerra y que nos sigan contando lo que pasó sino el maniqueísmo, la simpleza y la moralina barata. Y aquí es donde acierta Lola Moreno, la autora de La fuente donde el agua llora, una novela publicada por Umbriel que recorre desde finales de la Guerra Civil hasta los albores de la Democracia y que relata las andanzas de varios personajes, enlazados entre sí por una serie de relaciones sorprendentes, y que trata, a grandes rasgos, de cómo sobrevivir. Están los de izquierdas, los de derechas y los que se cambian la chaqueta según convenga, y a todos les ocurre lo mismo: la Guerra les saca lo peor.
            La fuente donde el agua llora –ya el título avanza la carga dramática de la historia– es una novela coral, de muchos y diferentes personajes en varios puntos del territorio español, a los que el destino terminará vinculando de una forma u otra. Lola Moreno resuelve con valentía el tratamiento de los protagonistas: los perfila a todos con la misma intensidad, les da a cada uno su sitio y –cuánto se agradece– les deja hacer todo tipo de fechorías sin juzgarlos. Y esto, a pesar de la asfixiante época en la que se ambienta, les da a la novela un toque de libertad que se parece a una corriente de aire, como si la historia tuviera las ventanas abiertas. La autora se confirma como una narradora solvente, capaz de mantener el ritmo y de avivar el interés, y además, no tiene prisa. La historia se desarrolla a fuego lento, con un estilo que busca en cada página el lirismo y la sonoridad, aunque a veces pueda sonarnos demasiado barroco.
            Y además de todas estas destrezas, lo que de verdad le da cuerpo a la novela es la documentación. La historia se desarrolla sobre ese telón de fondo de lo histórico: hay continuas referencias comprobables, fechas exactas, lugares descritos con tino, batallas, personajes y detalles curiosísimos. Me entero, bicheando en internet, de que uno de los personajes protagonistas está basado en un familiar cercano de la autora: a veces tenemos las inspiración más cerca de lo que pensamos. Aparecen las traiciones, la compra –o robo- de niños que después vendían a familias de derechas para que los educaran en el Catolicismo, los vecinos delatores, las encarcelaciones y las huidas.
            Leer La fuente donde el agua llora (Umbriel) es lo más parecido a escuchar a una abuela con la memoria intacta: entretiene, conmueve y asusta. Estos relatos de la posguerra son siempre escalofriantes –no se pierdan, por ejemplo, Los girasoles ciegos–, porque somos capaces de ver cómo la Guerra cambió a los españoles y los puso en situaciones límites, al borde de la locura. Lola Moreno publica esta novela consistente, la segunda después de La identidad perdida, que podría leerse como un homenaje a los que sobrevivieron, a los que tango sufrieron. Y, a lo largo de la historia, no deja de sonar una pregunta: ¿cómo seríamos nosotros en una guerra? ¿Qué seríamos capaces de hacer para seguir con vida? 

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