viernes, 14 de noviembre de 2014

El gran frío


Febrero de 1956. Es el invierno más frío en España desde hace décadas. Ana Martí, ahora reportera de un popular semanario de sucesos, acude a un remoto pueblecito del Maestrazgo aragonés para cubrir el caso de una niña a la que han brotado los estigmas de la Pasión. El cura y el alcalde la reciben encantados ante la idea de que su santita se haga famosa en todo el país. Pero ni don Julián, el escéptico cacique del pueblo, ni la mayoría de los habitantes comparten sus simpatías hacia la forastera. Sólo Mauricio, un pobre chico discapacitado, la inteligente y extraña niña Eugenia y la atormentada viuda que hospeda a Ana parecen dispuestos a hablar con ella. Pronto su olfato de periodista le dice que el caso de Isabelita no es el único suceso extraño que acontece en Las Torres...
 El pueblo de mis abuelos maternos –Villanueva del Fresno (Badajoz)- tiene un algo que me recuerda a los años 50. Puede que sea porque me mandaban siempre al final de la calle a comprar leche recién ordeñada o porque el panadero y el frutero siguen recorriendo las calles, gritando su mercancía. O quizás sea la casa, con los suelos de pizarra negra y los techos altos, donde todavía hay palanganas y aguamaniles –como una especie de jarras- en los dormitorios, los mismos que se usaban en la posguerra para asearse. Gracias a Dios, el retrete ya no está en el patio. Es un trozo de pasado al que me gusta volver. Por esto, y por muchas cosas más, he disfrutado tanto con El gran frío, la continuación de Don de lenguas, una novela de misterio escrita al alimón por Rosa Ribas y Sabine Hofmann y que publica la editorial Siruela en su colección Nuevos Tiempos. Esta vez, la curiosa periodista Ana Martí, que trabaja para el semanario El caso, abandona Barcelona y visita una aldea turolense para investigar a la santita, una niña a la que le sangran las manos y los pies, a las que los vecinos le piden milagros e imposibles y a la que exponen en la iglesia los domingos como si fuera una mártir. Estamos en febrero de 1956, el invierno más frío en mucho tiempo. (Fue, por ejemplo, la única vez que nevó en Sevilla: yo no lo viví, eso me lo han contado). Y antes de que resoples y me digas que no te has leído la primera entrega, te digo que no pasa nada. Es una historia auto-conclusiva e independiente, a excepción del personaje principal.
            Si yo fuera de los que andan siempre comparando diría que El gran frío me ha parecido incluso mejor que Don de lenguas –la reseñé aquí hace un par de semanas-, pero no lo soy, así que me callo. Las autoras vuelven a traernos una novela contundente, bien armada y fluida, que es quizás menos negra y más de suspense, de misterio, de intriga. Un thriller rural. La trama se ralentiza, como entumecida por el (gran) frío, y deja paso a esa vida huraña de pueblo, con las puertas y las ventanas cerradas, donde se relacionan una comparsa de personajes típicos, entre los que están la dueña de la fonda, el cura, el cacique, el guardia civil, el maestro, el enterrador o el tonto del pueblo, por citar sólo algunos. Qué universo tan bien definido, cuántos secretos entre ellos. Así lo explica Rosa Ribas: “El cura controlaba a las mujeres desde el púlpito de la iglesia, el cacique controlaba a los hombres a los que daba trabajo y el guardia civil era la representación del poder”.
Es absolutamente impecable la ambientación: el retrato de esa España profunda y aislada, alejada de todo, donde el forastero se percibe siempre como una amenaza, como un potencial enemigo, y de donde no se puede salir. En invierno nieva, se cortan las carreteras, no hay forma de escapar: Ana Martí siente claustrofobia, y el lector también, así que sólo puede seguir leyendo, huir hacia adelante, llegar a la última página. Es la España del miedo y de la superstición, de los sabañones en las manos y la mirada baja, de la Iglesia todopoderosa y de la mujer casera y abnegada. Y es todo esto lo que nos transmite la historia. El estilo tiene algo de pegajoso, algo que se te queda dentro y de lo que eres incapaz de desprenderte hasta que terminas la novela. Ribas y Hofmann han sido bendecidas con la habilidad de contagiarnos, de hacerlo todo creíble, veraz.
            Se me ve el plumero, ya lo sé, pero uno no puede despojarse de las emociones. Vino Rosa Ribas a Sevilla para un encuentro con los lectores y conocerla me sirvió para acercarme a su obra con más pasión. Es así: la persona, a veces, suma. (Sólo a veces). Queda aún una tercera entrega de esta serie de la que la autora no quiso adelantar ni mú. Léanla y conozcan un pasado que fue el presente de nuestros abuelos. Abríguense bien para conocer el mayor frío de todos, que es de la gente, el de los silencios y las sospechas.

PS: Creo que suma puntos leer la novela en invierno. Con mantas o en la mesa de camilla.

5 comentarios:

  1. Hola! No la conocía pero no tiene mala pinta, me la apunto! Gracias por el suggerimiento de leer la novela en invierno, así lo haré ;) Feliz fin de semana!

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    1. Igualmente. Y no salgas mucho que hace frío. Un beso fuerte. Dani.

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  2. No tiene mala pinta. Y ya sea este libro u otro, a mí personalmente cuando más me gusta leer es en invierno :)

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  3. Qué buena pinta! Este me lo llevo bien apuntado.
    Besotes!!!

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  4. puff me da la sensación de que ya la he leído, en otras novelas..
    esta no me la llevo
    un besito

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